jueves, 23 de marzo de 2017

EL PANTANO DEL TRANCO DE BEAS


 
Vista parcial del Pantano del Tranco de Beas, desde el puente de la presa

LAS IDEAS Y LAS OBRAS

Manuel Fernández Espinosa


Parece que quedan muy lejos aquellos reportajes cinematográficos que ofrecía el NODO. En aquellos “noticieros” era imagen recurrente la del General Francisco Franco inaugurando pantanos. La sensación que se instalaba en los espectadores que veían estos reportajes obligatoriamente cuando iban al cine era que aquellas inauguraciones eran el broche de oro que el dictador y sus gobiernos ponían a unos ambiciosos planes de obras públicas propios. Parecía como que a la dictadura se le había ocurrido hacer pantanos por toda la geografía española y la impresión que, más tarde, se hizo proverbial en la opinión pública es que aquella actividad, de todos aquellos pantanos inaugurados por Franco, se debían al franquismo, para bien o para mal. La publicidad positiva que esto traía consigo para el régimen franquista era indudable, por lo que los detractores de la dictadura no tardaron en lanzar con sarcasmo la acusación de que “Ya estaba Franco inaugurando otro pantano”.

Pero, al margen del efecto propagandístico de aquellos noticiarios en pro o en contra, cuando hacemos por contemplar sin ira y con estudio estas obras públicas, la lección que extraemos es otra muy distinta. La gran cantidad de pantanos que se inauguraron durante el franquismo, como el nuestro del Tranco de Beas, suponen hoy unas infraestructuras necesarias para nuestra vida. Seguro que pudieron hacerse de mejor manera, pero ahí están. Pero, lo más importante que cabe subrayar es que estas obras fueron la plasmación efectiva en la realidad de una necesidad que se demandaba desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX y, como su efectiva y no fácil plasmación, algo que se hizo gradualmente en diversas etapas técnicamente pautadas que atravesaron circunstancias políticas muy diversas. Fueron, por lo tanto, unos proyectos que tenían su origen ideológico mucho antes de establecerse la dictadura franquista. Las más colosales obras que implicaron tanta mano de obra, así como una enorme movilización de medios y recursos, no fueron comenzadas durante la dictadura de Franco. Franco, en la mayor parte de los casos, se limitó a rematar las mismas obras que habían sido anteriormente exigidas por intelectuales y profesionales técnicos y que, también, habían sido emprendidas muchas décadas antes, sin que ni la atroz guerra civil pudiera paralizar estas obras (aunque, como es obvio, las frenara.)

ANTECEDENTES REMOTOS

Para comprender mejor estas ambiciosas empresas nacionales habría que remontarse incluso siglos atrás. La decadencia de España ya era expresada tempranamente en aquellos melancólicos versos de Francisco de Quevedo, en el siglo XVII:

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

España había sido la dueña del mundo, pero incluso sin dejar de ser una potencia mundial, las conciencias más despiertas -como la de Quevedo- ya se habían percatado de que algo estaba pasando, que los españoles habíamos ido cayendo en una indolente languidez que arrastraríamos a través de las centurias. 

Los arbitristas del siglo XVII, que podemos verlos aparecer en la magistral novela del mismo Quevedo (“El Buscón”), por ejemplo, proponían proyectos de obras públicas que no pocas veces confundían sus megalómanas ideas fantasiosas con la imposibilidad. En el siglo XVIII todavía había proyectistas estrafalarios que José Cadalso (en la Carta XXXIV de sus “Cartas Marruecas”), en clave satírica como Quevedo, presentaba en la obra, más arriba referida: “Tengo un proyecto para hacer uno (un canal) en España, el cual se ha de llamar canal de San Andrés, porque ha de tener la figura de las aspas de aquel bendito mártir” –decía aquel personaje; su propuesta era realizar un gigantesco canal que dividiera en la realidad física, como lo había hecho en su fantasía, la Península Ibérica en una enorme X.

Aunque la literatura ha presentado a estos proyectistas con tonos cómicos, no todos estaban tan locos. En el siglo XVIII, con el reinado de Carlos III, se asistió al despertar de una política de obras públicas cuya inspiración hay que encontrarla en la Ilustración dieciochesca. Sin embargo, llegó el siglo XIX que fue, sin duda, uno de los más trágicos para España en todos los órdenes: el siglo XIX se inauguró con una guerra de independencia contra el invasor napoleónico (1808), se fue jalonando por guerras intestinas y conflictos sociales (guerras carlistas, pronunciamientos liberales, revoluciones) y, a la postre, vino a clausurarse con el desastre de la pérdida de nuestras últimas reliquias del Imperio: perdíamos Cuba en 1898 –y Estados Unidos de Norteamérica irrumpía en la escena mundial como una potencia imperialista y avasalladora, infligiéndonos una derrota nacional que adquirió tonos humillantes. La agitada historia española del siglo XIX supuso un parón, deteniendo todo lo realizado con las mejores intenciones en el siglo XVIII: muchas veces se ha ido a buscar las causas del atraso español en fechas más remotas, pero en el siglo XIX podríamos encontrar incoados todos los males que más tarde sufrimos en el XX: la intolerancia ideológica, el cainismo, la guerra, el hambre, las miserias, las injusticias sociales... 

EL REGENERACIONISMO ESPAÑOL Y LOS PANTANOS

No obstante, la Guerra de Cuba y su lacerante desenlace sirvió para algo más que sumirnos en el dolorido sentir de nuestros fracasos históricos; no todos aquellos españoles se quedaron lamiéndose las heridas. El Desastre de 1898 galvanizó al sector más culto de nuestra sociedad, lo excitó hasta ganar conciencia de nuestra postración nacional que no nos dejaba levantar cabeza. Se ahondó en el análisis de los males nacionales y se establecieron líneas de acción para corregir el rumbo y mejorar la situación nacional: los regeneracionistas (la Generación literaria del 98 podría incluirse en el regeneracionismo) compusieron así un abigarrado grupo de talentos que contribuyeron a formar uno de los movimientos de ideas más interesantes y fructíferos de toda nuestra historia contemporánea. Y no somos ni lo suficientemente conscientes ni agradecidos por todo aquel despliegue de compromiso social e histórico de nuestros regeneracionistas, a la cabeza de los cuales habría que poner a D. Joaquín Costa.

Es en el regeneracionismo español donde encontramos el ambiente ideológico al que hemos de ir para encontrar los antecedentes de la multitud de obras públicas infraestructurales y nacionales, entre las cuales cabe enmarcar la del Pantano del Tranco de Beas. 

El regeneracionismo español constituye un movimiento heterogéneo que no puede ser acaparado por ningún partidismo político, en tanto que en él confluyeron los anhelos de personalidades tanto de la izquierda como de la derecha: todos aquellos a los que podemos calificar como regeneracionistas (en sus más diversas y a veces opuestas familias: krausistas, católicos, socialistas, conservadores…) pueden a día de hoy ser reconocidos en justicia como hombres y mujeres que tenían un denominador común: mejorar a España en lo social, en lo económico, en lo educativo, en todas las facetas de la vida nacional. Son muchos y no todos bien conocidos, pero si hay uno que tiene una relación directa con nuestro Pantano del Tranco de Beas es D. José del Prado y Palacio, I Marqués del Rincón de San Ildefonso.

D. José del Prado y Palacio nació en Jaén el 3 de enero de 1865 y falleció en Espelúy el 14 de febrero de 1926. Era miembro de una aristocrática familia, asentada en Torredonjimeno desde el siglo XVI. Estudió ingeniería, pero se involucró en política figurando en el partido conservador a través de los cambios de liderazgo que éste fue experimentando tras el asesinato de D. Antonio Cánovas del Castillo. Fue alcalde de Jaén y de Madrid y en 1919 ocupó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Aunque personaje de la escena política de la España de su tiempo, D. José del Prado y Palacio no se limitó a ejercer sus quehaceres políticos al margen de su formación profesional y sus inquietudes regeneracionistas. En 1917 escribió un libro: “Hagamos Patria. Estudio político y económico de problemas nacionales de inaplazable resolución”, el libro lo prologaba Manuel Bueno Bengoechea (1874-1936), un escritor y periodista de la Generación del 98, el mismo que en una pelea dejó manco, a consecuencia de las secuelas de la bronca, al dramaturgo D. Ramón María del Valle-Inclán.

En “Hagamos Patria” (recordemos: año 1917), D. José del Prado escribió:

Hay que convertir las fuerzas nacionales hacia esta gigantesca empresa, estudiarla con pies de plomo y acometerla con impulsión irresistible hasta llegar a nuestro “ideal nacional” en este punto: restaurar magnos lagos, verdaderos mares interiores de agua dulce, multiplicar pantanos, construir muchedumbre de embalses, alumbrar, aprovechar, detener cuantas aguas caen dentro de la Península, sin devolver al mar, si puede ser, una sola gota”.



D. José del Prado y Palacio


Unos años antes, en 1912, otro comprovinciano, D. Antonio Anguís Díaz (muerto el año 1947), ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, había hecho el primer proyecto para el Pantano que hoy es el del Tranco de Beas. Sin embargo, aunque las obras comenzaron bajo su jefatura, el proyecto que se siguió fue el de D. Antonio del Águila y Rada. Los trabajos de excavación comenzaron el año 1930 y los de hormigonado tuvieron lugar en el de 1931. El macizo se remató en 1934. La guerra civil retardó los trabajos, aunque estos prosiguieron sin cesar y el 28 de febrero de 1944 se cerraban las compuertas, terminándose ese año las obras. Los detalles se ultimarían en 1945. El Pantano sería inagurado en 1948.

CONCLUSIONES

Si hacemos el leve ejercicio de observar bien las fases de las obras de nuestro Pantano del Tranco de Beas en su cronología, terminaremos concluyendo que:

1º Los antecedentes ideológicos del Pantano del Tranco de Beas (así como los de la mayor parte de las Obras Públicas que se acometen en la España del siglo XX) están en el regeneracionismo español, movimiento transversal que concita el activismo comprometido de intelectuales y profesionales técnicos de todo signo político: desde la derecha a la izquierda.

2º Lo que era un proyecto regenerador a escala nacional que contemplaba el aprovechamiento de nuestros recursos, mediante la intervención multidisciplinar y politécnica, viene a definirse y concretarse en los últimos gobiernos de la llamada restauración monárquica que, pese a su corrupción política constitutiva, no podía desentenderse de la urgencia de ciertas cuestiones fundamentales.

3º Se iniciaron los ingentes trabajos en las postrimerías de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera y con la dictablanda de Berenguer y el almirante Aznar que fue la transición de la monarquía restaurada por Cánovas a la II República proclamada el 14 de abril de 1931.

4º La Segunda República Española continuó impulsando y atendiendo estas obras infraestructurales.

5º Ni las dramáticas circunstancias de la Guerra Civil de 1936-1939 paralizaron los trabajos.

6º Durante los primeros años de la dictadura franquista, los trabajos prosiguen y se ven terminados por fin.

7º No fue Franco, por lo tanto, el que hizo el pantano del Tranco de Beas; sí que fue durante su largo mandato dictatorial cuando se vieron rematadas las obras.

El Pantano del Tranco de Beas que ocupa un espacio de los términos de Santiago-Pontones, Hornos y Villanueva del Arzobispo, trajo consigo el anegamiento de la vega de Hornos. Muchas aldeas fueron sepultadas bajo las aguas que se embalsaron aquí: Bujaraiza es el símbolo que se alza de toda aquella zona serrana sumergida. 

8º Y es que, aunque vivimos como si no fuese con nosotros, lo que las personas piensan, escriben y proyectan siempre puede tener efectos reales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario