martes, 7 de marzo de 2017

AUDREY HEPBURN: LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA DE UNA DIVA COMO EJEMPLO




8 DE MARZO DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

 Juan Pedro Robles Fernández 



A menudo nos acostumbramos a ver de pasada la vida y analizar con excesiva frialdad y ligereza los hechos. Nos quedamos con el brillo y poco con el esfuerzo para conseguir ese brillo.

Audrey Hepburn representa junto con Grace Kelly y pocas más el glamour hollywoodiense en su época dorada. Vacaciones en Roma, por ejemplo, es una de las mejores producciones de Hollywood.

Podría parecer que la vida de una de las principales actrices de Hollywood fue un camino de rosas y no fue así. La infancia y niñez de Audrey Kathleen Ruston es ejemplo para muchos de nuestros actuales adolescentes. Un ejemplo al esfuerzo, el trabajo, y el optimismo frente a la desazón, pese a las circunstancias realmente duras que vivieron durante la 2ª Guerra Mundial, sin un triste bocado que llevarse a la boca. La mala alimentación durante la guerra hizo estragos en su constitución de por vida. Aun así, la educación severa y victoriana que recibió le hizo que nunca se quejara en público y redoblara los esfuerzos hacia los demás: “De pequeña me enseñaron que era de mala educación llamar la atención y que jamás de los jamases debía ponerme en evidencia. Todavía me parece oír la voz de mi madre diciéndome “sé puntual”. “Acuérdate de pensar primero en los demás”. “No hables demasiado de ti misma”. “Tú no eres interesante, son los demás los que cuentan”.

Audrey Kathleen Ruston nacía un 4 de mayo de 1929 en Bélgica. Era hija de la baronesa holandesa Ella van Heemstra y del segundo marido de ésta, el inglés Joseph Víctor Anthony Ruston. “Los nacidos en sábado trabajan para ganarse la vida” dice la tradición. La pareja se había conocido en la Indonesia. En aquella época en Batavia, en las indias orientales holandesas, había un floreciente comercio.

Ella van Heemstra procedía de la vieja aristocracia holandesa hija del barón Aarnoud van Heemstra gobernador de la Guayana holandesa (Surinam). No tuvo suerte con su anterior matrimonio y pronto se vio separada de él, con 25 años sólo y dos hijos. Disponía de algunos recursos económicos y era dueña de una parte de las propiedades familiares. Las islas holandesas en la actual Indonesia le ofrecían un lugar floreciente económicamente.

Ella van Heemstra se casó allí con Joseph Víctor Anthony Ruston, su segundo marido, con la esperanza de que éste, inglés y vivaz encontraría pronto un cómodo empleo en alguna de las compañías que comerciaban con el viejo continente. La triste realidad fue que “nunca supo conservar un empleo”.  Para Joseph el mayor atractivo de Ella radicaba en su título y por encima de toda la desahogada economía de la familia de Ella. Durante un breve periodo de tiempo la baronesa se sintió orgullosa de su marido, pero pronto vio como un empleo tras otro los iba perdiendo todos, pese a que algunos de ellos les hubiera permitido vivir de una manera bastante cómoda, toda vez que entre los europeos del archipiélago se ayudaban y se repartían los mejores puestos de las empresas que comerciaban en las islas. El motivo de trasladarse a Bélgica fue precisamente ir en busca de un nuevo trabajo que prometía una próspera situación para la familia. La presión y las discusiones de la pareja provocaron que finalmente Joseph se aviniera. Consideraba que Europa era mucho más apetecible que Indonesia y sentía nostalgia de su Inglaterra natal. Así pues, a finales de 1928 la pareja, junto con los dos hijos de la baronesa, se trasladaron a Bélgica vía Inglaterra. El nuevo empleo pronto aburrió a Joseph.

Joseph era amigo y simpatizante de los movimientos fascistas de la época, esto fue lo único que le resultaba interesante y a lo que dedicaba su tiempo y esfuerzos. Joseph no tardó en distanciarse de su mujer y su hija recién nacida en Bélgica. Al mismo tiempo que se iba agotando el dinero de Ella iba desapareciendo en interés por la niña Audrey y su madre. Cuando hubo despilfarrado casi todo el dinero que su suegro, el barón, le había confiado, las abandonó para seguir con sus intereses fascistas en Inglaterra. “Taciturno, poco dado a trabajar, dependiente de su esposa, despectivo de judíos, los católicos y la gente de color, parecía no tener nada en común con Ella y Audrey”.  Nunca mostró el menor tipo de apego por la pequeña niña que había nacido. La reacción de ella ante esta actitud fue la típica de cualquier criatura: “redobló sus esfuerzos para ganarse el amor y la aprobación paternos, desgraciadamente sin resultado”. El abandono de la familia supuso un tremendo trauma que siempre le acompañó a Audrey. Ella van Heemstra nunca se lo recriminó. Educada en la clásica aristocracia germano-victoriana, el decoro y los modales recargados exigía un corazón atemperado. Además, tenía la convicción de que "la dignidad excluía llamar la atención sobre sí misma”. Esa misma educación aristocrática de la baronesa también excluía, por indecoroso, los mimos y cualquier gesto efusivo para sus hijos más allá de un beso de buenas noches. Así pues, la niñez de Audrey fue tremendamente dura creció sin el referente paterno. “Al abandonarnos puede que mi padre me volviera insegura de por vida, resultó terrible, yo estaba aterrorizada. Era como si el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies”. “Mi madre albergaba un gran amor, pero no siempre era capaz de demostrarlo”.

De todas formas, Audrey recibió cierto consuelo. Su abuela materna la llevó junto a su madre a Arnhem, a unos 60 kilómetros de Ámsterdam, donde el viejo barón, su abuelo, tenía una casa. Ella van Heemstra creyó que en la neutral Holanda podría estar a salvo de la guerra. Los holandeses creyeron que nunca Alemania atacaría su país, y así vivían en la comodidad de sentirse resguardados. Audrey aprovechó estos años para continuar sus estudios y descubrió que las clases de danza era donde más feliz se encontraba. Un 10 de mayo de 1940 tropas y artillería nazi atravesaron Arnhem incautándose de los bienes locales y apropiándose de lo que consideraban necesario para sostener su maquinaria de guerra. La felicidad finalizó bruscamente para dar paso a los primeros días de incertidumbre. Por el momento, a la familia de Audrey se le permitió permanecer en su hogar ancestral.



Audrey era políglota. En casa había oído hablar inglés y holandés y en la calle el francés. Aunque nació en Bélgica, era ciudadana británica, pues, al nacer, fue inscrita como súbdita británica en la embajada. Además, tenía nombre inglés. La baronesa sagazmente le cambió el nombre. La falsa identidad le salvó la vida y duró mientras fue necesaria, es decir, toda la guerra.

No tardó mucho tiempo para que los alemanes necesitados de artículos para abastecer el ejército, establecieran un estricto racionamiento. Aceite, gasolina, neumáticos, café, té y toda clase de artículos textiles eran productos a los que la población tenían un acceso restringido. Un país que había disfrutado de un envidiable nivel de vida no tardó en quedar sumido en la pobreza y ser víctima de la enfermedad. A medida que la guerra se prolongaba muy pocos pudieron conservar sus valores y propiedades y la tuberculosis azotó a la población con carácter de epidemia.

Al principio, la población trató de mantener la calma, luego, cuando quedó claro que la paz no sería una realidad inmediata, se creó el Consejo de la Resistencia del Reino de Holanda. Por aquella época, Audrey y su familia sufrieron en carne propia la brutalidad del régimen nazi. La resistencia había intentado volar un tren con pertrechos militares y de inmediato los alemanes tomaron represalias en Arnhem. Detuvieron al tío de Audrey, a su prima, a un ayudante del tribunal donde su tío era juez y a varios vecinos. “Yo vi cómo ponían a mis parientes contra un muro y los fusilaban”. Por desgracia, un poco después, también sus dos hermanos fueron descubiertos y deportados a Alemania.

Aunque estaban en guerra, la vida tenía que normalizarse en lo posible y Audrey siguió yendo al colegio donde asistía a clases de danza. Pronto se convirtió en una alumna estelar. Al poco tiempo no sólo actuaba en las clases, sino que con riesgo de su seguridad y propia vida ofrecía espectáculos clandestinos para recaudar fondos para la Resistencia. Las llamaban funciones negras porque las hacían con las cortinas de las habitaciones corridas con escasa luz. Al finalizar, obviamente, nadie aplaudía. Durante estas actuaciones, algunas personas se les acercaban a los niños y junto a pequeñas cantidades de dinero les daban trozos de papel doblados que Audrey introducía en el zapato para posteriormente entregar a los miembros de la resistencia. Mediante un acuerdo previo, se encontraban con ellos en un parque abarrotado, en un tranvía, etc. Sigilosamente a riesgo de ser descubiertos le entregaba el papel. Audrey negó posteriormente cualquier comportamiento heroico, quitándole importancia a lo que sí tenía y mucha: “Era algo normal que los niños holandeses se arriesgaran a morir para salvar la vida de los miembros de la resistencia”.

En otra ocasión, un miembro de la resistencia le contó que había un paracaidista británico escondido en los bosques de Arnhem y que no podía quedarse allí porque los alemanes iban a hacer unas maniobras en la zona. Audrey aceptó sin dudarlo y se internó en el bosque para trasmitirle el mensaje, además era la única que se podría poner en contacto con él puesto que hablaba perfectamente en inglés. Aquel gesto suyo le salvó la vida. A la vuelta, volvía con un ramillete de flores que ofreció a dos soldados que la abordaron. No sospecharon nada y aquel ramo le sirvió de salvoconducto para continuar hacia el pueblo.

Después del desembarco de Normandía los aliados planearon una operación que pretendía asegurar Holanda. El plan consistía en lanzar treinta y dos mil hombres en paracaídas. Era la operación Market Garden. Sin embargo, los aliados no tuvieron en cuenta que, en el pueblo de Audrey, Arnhem, estaban estacionadas dos divisiones blindadas alemanas. La artillería alemana no tardó en controlar la zona. Muchos aliados murieron al tocar tierra y más de siete mil fueron capturados y deportados a Alemania. Aquel invierno fue uno de los más duros de la historia europea y los nazis vieron como la población holandesa moría lentamente de hambre. Audrey y su madre se vieron obligadas a marcharse de Arnhem “a la casa de campo que mi abuelo tenía, pero no fueron días agradables. Pasábamos los días sin comer, titiritando de frío en una casa sin calefacción ni luz”.

Vivíamos sin nada que hacer, sin noticias, sin libros, ni jabón; sin embargo, aquello no era nada comparado con el horror cotidiano… durante bastante tiempo lo único que teníamos para comer eran bulbos de tulipán. “La mañana del 24 de diciembre, mi tía nos comunicó que no teníamos nada para comer. Yo había oído decir que si uno dormía se olvidaba del hambre. Pensé en subir las escaleras para ir a mi habitación, pero no tuve fuerzas. Se me había hinchado las piernas, estaba desnutrida y tenía tan mal color a causa de la ictericia que mi madre llegó a temer que muriera de hepatitis”. Entonces alguien llamó a la puerta y entró un miembro de la resistencia con un poco de comida y durante algunos días les fue pasando raciones. Cuando se quedaban sin comida aparecía, de nuevo,  la desesperación más absoluta pues continuamente tenían la incertidumbre de si podría, disponer de más.

El 4 de mayo de 1945 Audrey oyó ruidos fuera de la casa. “Corrí a la ventana y vi el primer contingente de soldados aliados. Para mí, la libertad, tiene un olor especial: el de los cigarrillos y la gasolina inglesa. Les pedía un cigarrillo, aunque me hizo toser. También les pedía una chocolatina”. Desde entonces nunca perdería su afición al chocolate.

Posteriormente, finalizada la guerra, Ella van Heemstra, se trasladó con su hija a Inglaterra para que continuara con las clases de danza. Su madre, es un ejemplo de lucha. Los hechos mostraron siempre la fuerza y el empeño de una mujer que fue capaz de, aun siendo baronesa, trasladarse desde Holanda a Inglaterra, buscar un pequeño empleo de conserje que consistía en limpiar un portal de un pequeño bloque de viviendas. A cambio obtenía una habitación poco amueblada y un pequeño sueldo. De esta forma consiguió que su hija pudiera seguir con su instrucción. Pocas mujeres en aquella época mostraban esa determinación.
 
Posteriormente, se evidenció que los estragos alimenticios en un cuerpo adolescente que estaba creciendo habían dejado secuelas que truncaron su carrera como bailarina; sin embargo, no es menos cierto que buscó otra salida. Este hecho le obligó a dar clases de interpretación dando origen, así, a la carrera de una de las estrellas con más estilo y elegancia de Hollywood.

Fuente:

Donald Spoto. Audrey Hepburn. Editorial Debolsillo, Barcelona 2016. Hemos tenido en cuenta los dos primeros capítulos. Una biografía que aconsejamos leer.





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